Hermanos;
una palabra larga… aunque corta para lo que realmente significa, para el gran
valor que tiene.
Tal vez no recuerde cuando te conocí,
tampoco el día que llegaste a casa. Lo que si recuerdo son las una y mil
travesuras juntos, los planes, los juegos, las interminables peleas que al
final no tenían sentido porque se terminaban con un simple grito de mamá.
Y es que no se si ser hermanos y la palabra
complicidad vienen juntas o nosotros las unimos; quizás fuimos nosotros los que
las convirtieron en sinónimo desde aquel día donde decidiste no acusarme con
mamá por ese golpe que te di, tal vez fue aquel día donde decidí guardarte el
secreto de aquel reporte que te ganaste para que nuestros papás no te
descubrieran, quizás fue aquel día donde planeamos nuestra primera travesura
juntos o aquel donde unimos nuestras fuerzas para luchar contra los tan temidos
castigos… y es que los castigos los teníamos bien merecidos ¡No éramos cosa
fácil! Pobres de nuestros viejos, que tenían que luchar contra los planes que
yo me inventaba en mi cabeza para la travesura perfecta y tu manera de no
tenerle miedo a nada. Esa combinación no debió ser nada fácil para ellos, pero
si logró convertirnos en el equipo perfecto de infancia.
Y ahora míranos, dejamos de ser esos niños que se
encerraban en un cuarto a planear travesuras, para encerrarnos a platicar de
cómo nos va en la vida. Dejamos de molestar uno al otro para empezar a
preocuparnos, tú por mí y yo por ti. Dejamos de cubrirnos los reportes para
cubrir que mis papás no notaran la hora en la que llegas en la madrugada.
Dejamos de preocuparnos qué inventarle a nuestros papás por aquel problema en
la escuela para darnos consejos de vida, de escuela, de amores. Dejamos de
jugar a ser como papá para seguir sus pasos.
Benditos sean los hermanos… menores o mayores. Y
suertudos nosotros que nos tocó convivir con ellos, crecer con ese pequeño
aliado. Afortunados nosotros que crecimos con el enemigo en casa, pero a la vez
con el mejor compañero, socio, amigo. Porque estoy segura, que ninguna infancia
hubiera sido igual sin esos grandiosos cómplices que nos regala la vida.
Tal vez ustedes hijos únicos que me leen,
consideren que ser único es lo mejor… y no dudo que tenga sus ventajas. Pero
déjenme contarles de lo que se perdieron:
Se perdieron de aprender que sus juguetes no solo
serán de ustedes, que mágicamente tendrán otro dueño. Se perdieron de la
experiencia de sentir que eres el único que podía molestar a tu hermano y es
que de verdad así era porque pobre de aquel que se atreviera a tocarlo, porque
a tu hermano nadie le pega… solo tú. Se perdieron de la adrenalina que se
sentía acusarlo para que lo regañaran aunque al final te ganara el
remordimiento o la adrenalina de amenazarlo con algo que sabias y que usabas en
tu poder para que hiciera lo que a ti te diera la gana. Se perdieron de
aprender el verdadero significado de empatía porque verlo feliz era pretexto
para tú también estarlo y verlo llorar se convierte en el peor sentimiento.
A mis padres, nunca les he agradecido el
maravilloso regalo de darme a un hermano y a mi hermano nunca le he agradecido
que hiciera mi infancia tan bonita.
Por eso, gracias a ustedes papás por el regalo y a
ti hermano por las travesuras y los secretos guardados. Porque ahora sé que el
resultado de la suma de complicidad más amistad siempre me dará como
resultado un hermano como tú.
Ten por seguro que de viejitos seguiré recordando y
contando cada una de las anécdotas que nos hacen sonreír. GRACIAS POR EXISTIR
No hay comentarios:
Publicar un comentario