domingo, 22 de agosto de 2010

Calderón tiene razón

No es difícil establecer cuál es el balance del presidente Felipe Calderón de los Diálogo por la Seguridad. Llegó a sus encuentros con la derrota a cuestas —por eso organizó los foros— y lo más probable es que la sensación del fracaso se haya acrecentado a la hora de cerrarlos. No hubo en ellos, ni muestras de voluntad de la mayoría de sus invitados para reforzar las estrategias contra la criminalidad, ni propuestas de fondo. Lugares comunes, reclamos chafas, verdades viejas y posturas mediocres, fueron más bien el alimento chatarra de las reuniones que por dos semanas concentraron el discurso presidencial. Y al final, la impresión que predomina en muchos es que el país queda, después de casi cuatro años de “guerra”, más desprotegido que nunca frente a las organizaciones criminales.
Y es verdad, México vive ahora uno de sus peores momentos desde que Calderón le declaró la guerra al narcotráfico, con un agravante más: el presidente va de salida. Y no es poca cosa esta circunstancia —ahí está de muestra el lugar que ocupó en medios nacionales afines la declaración de Enrique Peña Nieto de que con un gobierno priista no se detendría la lucha contra el narco—, porque los narcos, como empresas organizadas que son, saben leer muy bien las coyunturas. Se adaptaron perfectamente a la alternancia, tan bien, que el fenómeno criminal creció descomunalmente en los últimos 10 años, mismos que ha gobernado el PAN después de 70 años de dominación priista. Alguna vez los narcos razonaban que les costaba menos trabajo negociar con los priistas porque eran más corruptos. Pero de todas formas lograron acuerdos en diferentes niveles del Gobierno foxista —a veces muy altos, recuérdese el caso Nahúm Acosta Lugo— y tuvieron de su lado que Vicente Fox no los combatió a fondo, no atacó la drogadicción ni pasó siquiera por su cabeza meterse contra los circuitos financieros del narco. Hasta que la violencia brotó con virulencia en Nuevo Laredo y Michoacán, el gobierno de Fox y los panistas pensaron que el narco era un problema secundario, sobre todo ante la amenaza que representaba para ellos, no para México, ese “peligro” llamado Andrés Manuel López Obrador.El Gobierno federal estuvo muy ocupado en descarrilar las aspiraciones del Peje, y las historias están ahí para el que quiera desempolvarlas. Pero no eran Vicente Fox y el PAN los únicos que veían en el narco un problema cuya solución podía diferirse. El narcotráfico era un tema menor también para la oposición, para el PRI y para el PRD, ante la inaplazable reforma del Estado, e incluso para el propio Andrés Manuel, que no le dedicó al tema más de tres líneas en su plataforma de campaña. Aún más, tampoco era tema de portada para los medios de comunicación, hasta que las cabezas empezaron a rodar casi hasta las redacciones. Los enfrentamientos que tuvo el Ejército Mexicano en 2005 en Nuevo Laredo y las cabezas tiradas en una pista de baile en Uruapan, Michoacán, en 2006, fueron llamadas de atención que se perdieron en la vorágine de acontecimientos electorales. Fue un letargo criminal el de la clase política porque el narco no perdía un minuto. Todas y cada una de las organizaciones criminales expandían sus tentáculos tratando de conquistar cada vez más territorios. Vicente Fox logró mermar la fuerza de los hermanos Arellano Félix, pero al mismo tiempo Joaquín Guzmán Loera se consolidaba como uno de los líderes indiscutibles del narcotráfico no sólo en México, sino en el mundo. Los Zetas, que quedaron sueltos después de la aprehensión de Osiel Cárdenas, se proyectaron como organización propia, enfrentándose, ahora, al propio cártel del Golfo que le dio vida y poder. Para cuando Vicente Fox entregó la estafeta a Calderón, el narco era ya un fenómeno nacional, de profundas raíces en miles de comunidades rurales y urbes, infiltrado en la clase política al grado de influir en las decisiones de cabildos y congresos locales, ocupando carteras importantes en los gobiernos, con peso indiscutible en las cámaras legislativas nacionales. Pero también infiltrado hasta el tuétano en la economía.El problema de Calderón es que vio solamente la punta del iceberg, que eran las manifestaciones violentas del narco, por eso la “gran” idea que tuvo fue sacar al ejército de los cuarteles y mandarlos a la calle. El Estado debía desarrollar una lucha frontal contra el narcotráfico porque había llegado a niveles que significaban de suyo un desafío directo para él mismo. Lo que Calderón no comprendió, y eso ya no tiene remedio, es que el fenómeno era (y es) de tal magnitud, que para combatirlo había que hacerlo desde diferentes frentes, involucrando a todos los sectores y actores que ahora ha buscado en sus Diálogo por la Seguridad. Lástima. Dijo en uno de ellos, frente a los gobernadores, que todavía estamos a tiempo para enfrentar y derrotar a la criminalidad. Y tiene razón: el Gobierno y la sociedad todavía estamos a tiempo. Él, como presidente, ya no.Bola y cadenaEN LA REUNIÓN QUE TUVIERON los gobernadores con el presidente Calderón el jueves, Jesús Aguilar Padilla le pidió una verdadera coordinación con las fuerzas federales y conocer cuáles son las estrategias que se siguen en el combate contra el crimen organizado. Las dos cuestiones están relacionadas, porque al Gobierno federal le ha resultado más redituable coordinarse con el cártel de Sinaloa que con los gobiernos estatales. Esa es una de las estrategias de Calderón, aliarse con los capos de Sinaloa para combatir al cártel de Juárez, a los hermanos Beltrán Leyva y a los Zetas. Y también aquí se equivocó el presidente, pues esta estrategia está haciendo más cruenta la guerra y más grave el cáncer. Sentido contrarioEL ACELERE DE MALOVA en cuanto a su equipo de transición, muestra la gran paradoja de la coyuntura: tenemos dos gobernadores y a la vez ninguno. Aguilar ya se quiere ir y no puede; y Mario López Valdez quiere ya tomar el poder y tampoco puede. Mientras, Sinaloa espera respuestas.Humo negroPARA LOS QUE DABAN por muerto a Fidel Castro, el comandante cubano está de vuelta a la vida pública a sus 84 años. En su aparición insólita, le dio una palmadita al Peje, de quien, dijo, había ganado las elecciones de 2006 pero que “el imperio” no lo dejó asumir el poder. De su más reciente libro, apuntó que “es una valiente e irrebatible denuncia contra la mafia que se apoderó de México”. No cabe duda, Fidel es Fidel.

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