viernes, 6 de agosto de 2010

Periodistas, soledad y miedo

Periodismo. Oficio bajo fuego.El periodismo vive hoy, en México, uno de los momentos más difíciles de su historia. Reporteros y editores, medios de comunicación enteros, se debaten entre el compromiso de informar y la necesidad de sobrevivir. La censura que de facto o dirigida ha impuesto el narcotráfico en muchas regiones del país, ha hecho del periodismo una actividad coja, que en muchos casos se limita a transmitir boletines oficiales o simula que investiga para informar.
El narcotráfico se ha convertido en una amenaza sobrentendida para los periodistas, quienes antes de escribir la nota, todavía frente a la “hoja en blanco”, primero piensan en el narco que en el lector. Decenas de periodistas han sido asesinados por el narcotráfico, muchos de ellos, no todos, por el hecho de cumplir con su compromiso de informar a la sociedad lo que ocurre en su entorno. Nunca estos crímenes se han perseguido siquiera, menos castigado. El Gobierno, cojo también, simplemente finge que investiga y llega siempre al mismo lugar: ninguno.La semana pasada fueron “levantados” cuatro periodistas en Gómez Palacio, Durango. Los cuatro (Jaime Canales, camarógrafo de Multimedios Laguna; Alejandro Hernández, camarógrafo de Televisa Torreón; Héctor Gordoa, reportero del programa Punto de Partida, que dirige Denise Maerker, y Héctor “N”, reportero del diario El Vespertino) cubrían el motín de reos y las protestas de familiares en el Centro de Readaptación Social Número 2 de Gómez Palacio, Durango. Con estas acciones, presos y familiares exigían la reinstalación de la directora, Margarita Rojas Rodríguez, detenida bajo la acusación de que permitía a los presos salir por las noches para ejecutar a miembros de grupos rivales del narcotráfico. Todo esto, derivado de la matanza de 18 jóvenes en Torreón, la noche del 18 de julio pasado en un centro de reuniones.Se sabría ese mismo día que los periodistas habían sido tomados como rehenes y que para liberarlos, sus captores estaban exigiendo que, a través de un canal local del Grupo Milenio, se transmitieran algunos videos que supuestamente evidencian la complicidad de los Zetas con algunas autoridades.La petición se cumplió y el jueves pasado, uno de los periodistas, Héctor Gordoa, fue liberado, pero no los otros tres.Signos de terrorismoNo se recuerda un caso así en México, y es evidente que nuestro país está entrando en una nueva etapa en materia de narcotráfico; los métodos de los narcos para lograr sus objetivos se asemejan cada vez más a los que practican las organizaciones terroristas y guerrilleras de otras latitudes, y es evidente también que el Estado mexicano no está preparado para enfrentar al crimen bajo estas condiciones. Ayer fue un coche bomba contra policías federales, seis o siete horas después de que uno de los líderes de La Línea había sido detenido y ahora es la captura de rehenes (periodistas en plena acción), un método que utilizaron con mucha frecuencia los narcos y la guerrilla colombianos.Como si no fuera ya delicado reportear en contextos copados por el narcotráfico, los periodistas han quedado en medio de una cruzada demente entre los cárteles de la droga —y de estos contra el Gobierno, que a su vez les declaró la guerra—, cada vez más sangrienta y ruda, sin más amparo que “a la buena de Dios”, porque ni la pluma ni el papel sirven ahora como escudo. Aquí no vale denunciar una amenaza, como sí pudo servir ante el hostigamiento de los caciques o gobernantes en otro tiempo, temerosos algunos a la exposición pública. A los narcos les vale madre. Te matan y encima te ponen un mensaje: pa’ que aprendan a callarse, putos.La captura de estos cuatro reporteros en Durango redimensiona la gran tragedia que vive el periodismo desde hace años en México, una actividad, noble por naturaleza, cuyo propósito no es más que contarle al mundo lo que el periodista ve, escucha, observa, encuentra, sin más anhelo que el de cumplir con la tarea de informar y siempre alejada de afanes policiacos.Pero nada de esto pueden razonar las hordas criminales que no se han conformado con tomar las calles, las policías, los pueblos y ahora secuestran también las salas de redacción y las pantallas de TV, amenazando con tragárselo todo. El narcotráfico, se lo haya propuesto o no, le ha cortado las alas al periodismo, reducido ahora —frente a este tema— a una pantomima afligida, estéril, superficial, cuando no frívola.La noche del jueves, la periodista Denise Maerker y Televisa decidieron guardar silencio durante el tiempo que le correspondía al programa Punto de Partida.“En Televisa, en Punto de Partida, no estamos dispuestos a salir esta noche a fingir que no está pasando nada. Sí está pasando. Todos los periodistas de este medio y de todos los otros corren enormes peligros para cumplir con su tarea y la sociedad de sumirse en el silencio y la desinformación”, dijo. Durante casi una hora, la pantalla se vistió de negro, solo con el título multiplicado del programa.No puede ser este el destino de una profesión tan noble, que embarga, además, un compromiso social irrenunciable. Pero no está en los periodistas la solución, sino en el Estado. Nadie más que él debe garantizar el libre ejercicio del periodismo. Y esto es lo peor: ante las agresiones a periodistas, el primero en guardar silencio es el Gobierno.Bola y cadenaMESES DESPUÉS DE QUE se puso en marcha el Operativo Culiacán-Navolato se supo que no sería suficiente, pues la violencia, que había cobrado fuerza con la explosión de la guerra en el llamado cártel de Sinaloa, se había extendido a todo Sinaloa. Fuerzas federales fueron enviadas entonces a Mazatlán y luego a Los Mochis. Hacían acto de presencia y luego se retiraban, siempre con el mismo resultado. A la vuelta de dos años, el gobernador Jesús Aguilar Padilla reconoce el fracaso y dice que pedirá a la Federación un rediseño de estrategias.No parece rendido pero lo está. Y no se atreve a decir que él no puede hacer nada sin el respaldo de la Federación, pero es evidente que lo que más desea ahora es que los días pasen lo más rápido posible para empacar lo que resta y regresar a casa. La violencia lo acosa por todos lados y ahora también el fantasma de la soledad después del fracaso electoral del 4 de julio. Mientras, la sociedad sinaloense vive el peor vacío de autoridad que haya padecido en su historia, con un gobernador que no puede irse aunque ya no gobierne nada, y otro que deberá esperar otros cinco meses para asumir el poder.

No hay comentarios:

Publicar un comentario