Telecom: la ley y el desorden
Ramón Cota Meza
Entre la regulación de las telecomunicaciones y la realidad estructural de la industria hay una contradicción insalvable que tronará pronto.
Los últimos días han traído dos casos palpables de la inadecuación del paradigma de la competencia a la industria de telecomunicaciones. Uno es el “Estudio de la OCDE sobre políticas y regulación de telecomunicaciones en México”, justamente refutado por un número creciente de voces; el otro es la prohibición de la “concentración” Televisa-Iusacell por la Comisión Federal de Competencia, para quien la competencia parece ser una esencia económico-social, no un medio.
Aunque coincidan con agencias reguladoras de otros países y sean aplaudidas por cierto segmento de opinión incondicional, ambas posturas reman contra la corriente global de las telecomunicaciones, a saber: su curso inevitable hacia la “consolidación”. Consolidación significa concentración del mercado en un puñado de empresas y desaparición de las que no alcancen la escala de operación suficiente. Esta es una característica inherente al desarrollo del sector y no será evitada por políticas de competencia idealistas.
La reciente negativa del regulador de Estados Unidos a la adquisición de T-Mobile por AT&T es un caso notorio de esta contradicción. El argumento del regulador fue que si la fusión fuera aprobada, AT&T aumentaría los precios del servicio, lo cual suena a anatema para la ortodoxia imperante, pero si los precios de hoy son inferiores a la mitad de hace diez años, no podrán bajar más sin erosionar las utilidades de la industria. En algún momento subirán, a menos que la industria sea estatizada y subvencionada como servicio público.
AT&T y Verizon controlan 76.9% del mercado de telefonía móvil y 64.2% del de telefonía fija en Estados Unidos (muy lejos de Spring-Nextel), es decir, hay un “duopolio” de facto, pero nadie dice nada porque la fuerza de las cosas se ha impuesto contra las directrices del regulador. El parloteo de la “libre competencia” ha quedado atrás.
He aquí la cautelosa postura de la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno de Estados Unidos (GAO): “La consolidación de la industria hace más difícil ser competitivos a los pequeños operadores regionales. Sus dificultades son la retención de usuarios y la falta de capital para invertir en redes y ofrecer los últimos aparatos inalámbricos” (julio, 2010).
Pocos han notado que la concesión de Apple a AT&T para vender el iPhone en exclusiva provocó la aberración de que la competencia aceptara venderlo a costa de sus propias utilidades con tal de retener clientes. Cuando estas cosas ocurren significa que la consolidación de la industria es inevitable.
Suena a broma que la OCDE ponga a México el ejemplo de Ofcom, regulador del Reino Unido, donde cuatro operadores se reparten el mercado e intentan expulsar al más débil; Austria experimenta la misma situación; en Grecia pronto habrá un “duopolio” encabezado por Vodafone. La situación en Suiza es de espera, después que el regulador bloqueó una fusión que dejaría sólo dos operadores (The Guardian, 17/01/12). France Telecom se fusionó con Orange; T-Mobile de Alemania se fusionó con TDC de Dinamarca. Y así…
La situación de la industria de la telecomunicación en casi todos los países es el control del mercado por unos cuantos operadores en torno a los cuales merodean muchos operadores pequeños, cuya sobrevivencia es obra de la protección de las autoridades regulatorias. A ver: ¿Cuántos operadores de telefonía local hay en México? 25. ¿Y cuántos operadores de larga distancia? 62, pero sólo la Cofetel conoce su existencia (tomen los datos con cautela porque son de la OCDE).
Ya que la red nacional de telefonía fija en México era preexistente al régimen de competencia, los nuevos actores pusieron todas sus esperanzas en arrancarle porciones de mercado al operador dominante. Así, su estrategia se centró en reducir las tarifas de interconexión y en invertir sólo en las zonas de alta concentración de usuarios. La situación creada es paradójica porque se trata de libre competencia “protegida” por la autoridad reguladora. Esta ficción no puede seguir.
El intento de fusión Televisa-Iusacell encaja en la tendencia global hacia la consolidación, pero el razonamiento del regulador para prohibirla revela una mentalidad dogmática. Por un lado acepta que la concentración (“absorción” sería más adecuado) resultaría “pro-competitiva” en telefonía móvil, pero concentraría el mercado de la publicidad en televisión abierta, lo que aumentaría los precios de los productos anunciados y así el bienestar de los consumidores, bla, bla, bla… puro silogismo, nada sustantivo.
¿Cómo sabe el regulador que una fusión en telefonía móvil aumentará los precios de la publicidad por televisión? ¿Es que el vuelo de una mariposa en Oceanía provocará un terremoto en México? ¿Acaso las televisoras tienen libertad absoluta para imponer tarifas a los anunciantes? ¿Es que no se puede hacer ajustes en las estructuras de costos de ambos? ¿Qué si los precios de la publicidad terminaran bajando o aumentando por la conjunción de otros factores?
El criterio del regulador es mecanicista y malignamente ingenuo; no tiene más valor que la lectura del tarot, pero es proclamado con impunidad porque descansa en una idea generalizada de la competencia como esencia de la vida económica y social y, desde luego, en la desinformación de la situación real de la industria de la telecomunicación, desinformación alentada por las mismas televisoras, en parte por incomprensión del fenómeno, y en parte por el interés en guardar las apariencias pro-competitivas.
MILENIO NOTICIAS
Ramón Cota Meza
Entre la regulación de las telecomunicaciones y la realidad estructural de la industria hay una contradicción insalvable que tronará pronto.
Los últimos días han traído dos casos palpables de la inadecuación del paradigma de la competencia a la industria de telecomunicaciones. Uno es el “Estudio de la OCDE sobre políticas y regulación de telecomunicaciones en México”, justamente refutado por un número creciente de voces; el otro es la prohibición de la “concentración” Televisa-Iusacell por la Comisión Federal de Competencia, para quien la competencia parece ser una esencia económico-social, no un medio.
Aunque coincidan con agencias reguladoras de otros países y sean aplaudidas por cierto segmento de opinión incondicional, ambas posturas reman contra la corriente global de las telecomunicaciones, a saber: su curso inevitable hacia la “consolidación”. Consolidación significa concentración del mercado en un puñado de empresas y desaparición de las que no alcancen la escala de operación suficiente. Esta es una característica inherente al desarrollo del sector y no será evitada por políticas de competencia idealistas.
La reciente negativa del regulador de Estados Unidos a la adquisición de T-Mobile por AT&T es un caso notorio de esta contradicción. El argumento del regulador fue que si la fusión fuera aprobada, AT&T aumentaría los precios del servicio, lo cual suena a anatema para la ortodoxia imperante, pero si los precios de hoy son inferiores a la mitad de hace diez años, no podrán bajar más sin erosionar las utilidades de la industria. En algún momento subirán, a menos que la industria sea estatizada y subvencionada como servicio público.
AT&T y Verizon controlan 76.9% del mercado de telefonía móvil y 64.2% del de telefonía fija en Estados Unidos (muy lejos de Spring-Nextel), es decir, hay un “duopolio” de facto, pero nadie dice nada porque la fuerza de las cosas se ha impuesto contra las directrices del regulador. El parloteo de la “libre competencia” ha quedado atrás.
He aquí la cautelosa postura de la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno de Estados Unidos (GAO): “La consolidación de la industria hace más difícil ser competitivos a los pequeños operadores regionales. Sus dificultades son la retención de usuarios y la falta de capital para invertir en redes y ofrecer los últimos aparatos inalámbricos” (julio, 2010).
Pocos han notado que la concesión de Apple a AT&T para vender el iPhone en exclusiva provocó la aberración de que la competencia aceptara venderlo a costa de sus propias utilidades con tal de retener clientes. Cuando estas cosas ocurren significa que la consolidación de la industria es inevitable.
Suena a broma que la OCDE ponga a México el ejemplo de Ofcom, regulador del Reino Unido, donde cuatro operadores se reparten el mercado e intentan expulsar al más débil; Austria experimenta la misma situación; en Grecia pronto habrá un “duopolio” encabezado por Vodafone. La situación en Suiza es de espera, después que el regulador bloqueó una fusión que dejaría sólo dos operadores (The Guardian, 17/01/12). France Telecom se fusionó con Orange; T-Mobile de Alemania se fusionó con TDC de Dinamarca. Y así…
La situación de la industria de la telecomunicación en casi todos los países es el control del mercado por unos cuantos operadores en torno a los cuales merodean muchos operadores pequeños, cuya sobrevivencia es obra de la protección de las autoridades regulatorias. A ver: ¿Cuántos operadores de telefonía local hay en México? 25. ¿Y cuántos operadores de larga distancia? 62, pero sólo la Cofetel conoce su existencia (tomen los datos con cautela porque son de la OCDE).
Ya que la red nacional de telefonía fija en México era preexistente al régimen de competencia, los nuevos actores pusieron todas sus esperanzas en arrancarle porciones de mercado al operador dominante. Así, su estrategia se centró en reducir las tarifas de interconexión y en invertir sólo en las zonas de alta concentración de usuarios. La situación creada es paradójica porque se trata de libre competencia “protegida” por la autoridad reguladora. Esta ficción no puede seguir.
El intento de fusión Televisa-Iusacell encaja en la tendencia global hacia la consolidación, pero el razonamiento del regulador para prohibirla revela una mentalidad dogmática. Por un lado acepta que la concentración (“absorción” sería más adecuado) resultaría “pro-competitiva” en telefonía móvil, pero concentraría el mercado de la publicidad en televisión abierta, lo que aumentaría los precios de los productos anunciados y así el bienestar de los consumidores, bla, bla, bla… puro silogismo, nada sustantivo.
¿Cómo sabe el regulador que una fusión en telefonía móvil aumentará los precios de la publicidad por televisión? ¿Es que el vuelo de una mariposa en Oceanía provocará un terremoto en México? ¿Acaso las televisoras tienen libertad absoluta para imponer tarifas a los anunciantes? ¿Es que no se puede hacer ajustes en las estructuras de costos de ambos? ¿Qué si los precios de la publicidad terminaran bajando o aumentando por la conjunción de otros factores?
El criterio del regulador es mecanicista y malignamente ingenuo; no tiene más valor que la lectura del tarot, pero es proclamado con impunidad porque descansa en una idea generalizada de la competencia como esencia de la vida económica y social y, desde luego, en la desinformación de la situación real de la industria de la telecomunicación, desinformación alentada por las mismas televisoras, en parte por incomprensión del fenómeno, y en parte por el interés en guardar las apariencias pro-competitivas.
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