domingo, 18 de septiembre de 2011

De Santa Rosalía

Ramón Cota Meza


La patria es el lugar donde crecimos.

Aprovechando que casi nadie lee periódicos este día, platicaré de Santa Rosalía, Baja California Sur. Mi infancia transcurrió entre el retiro de los franceses y el rescate de la minera por el gobierno federal. Escuchaba las conversaciones nostálgicas sobre la época francesa del Boleo y las nuevas condiciones. Se apreciaba la intervención del gobierno pero había un sentido de pérdida, pese al odio a los franceses. La población de Santa Rosalía se había reducido a la mitad y nos habíamos quedado sin luz eléctrica.

Acaso por su aislamiento, la gente de Santa Rosalía estaba ávida de noticias de México y el mundo. Los periódicos y revistas de la ciudad de México circulaban de mano en mano. Había gran afición por el beisbol y por el desempeño de los beisbolistas profesionales de Santa Rosalía. Mi ídolo de infancia fue Vicente Romo. Mi madre me contó que hacía los mandados en mi casa. Una vez fui a visitarlo a su humilde casa y me preguntó si era hijo de Pilar Cota. “Nieto”, le contesté.

Baja California Sur era entonces territorio federal, así que había gran interés por la política nacional. El gobernador era designado por el presidente como si fuera miembro de su gabinete —políticos de peso expulsados del gran juego. Me tocaron Agustín Olachea, Bonifacio Salinas Leal y Hugo Cervantes del Río. El gobernador designaba a los alcaldes o delegados, pero los de Santa Rosalía eran electos por voto popular y duraban seis años.

Como decía, la Santa Rosalía de mi infancia era nostálgica pero realista. Después de todo había sido una pequeña ciudad cosmopolita más conectada con el mundo que con México, salvo Guaymas, ciudad hermana. Los marineros contaban aventuras en los lugares más remotos del mundo. Por lo mismo había gran curiosidad por México. Los maestros infundían apego al país. En definitiva, Santa Rosalía no era chovinista. Ahora no sé; sospecho que la autonomía política estatal ha engendrado regionalismo.

El legado francés a Santa Rosalía fue una fuerza de trabajo capaz y disciplinada, cuyo ethos permanece en el noroeste mexicano y los estados vecinos de América. Trabajadores de Santa Rosalía fundaron Mexicali; ambas ciudades ostentan el nombre “Cachanía”. Pero la fama popular de Santa Rosalía es que “hay muchos putos”. La verdad es que son o eran notorios porque ocupaban puestos importantes.

La razón es que los franceses los preferían en puestos administrativos y de atención al público. En una época en que la mujer estaba fuera de la fuerza de trabajo, las virtudes femeninas de los homosexuales eran muy apreciadas. Se formó así un segmento social muy capaz y seguro de sí mismo. Cuando la empresa cerró, la fuerza de trabajo homosexual pasó a ocupar puestos importantes en negocios, gobierno y servicios. Los homosexuales de Santa Rosalía eran dignos, respetables y no hacían aspavientos de su orientación sexual.

Al terminar la secundaria trabajé un año en el taller general de la compañía como ayudante del director. Como el taller estaba relacionado con todas las áreas, pude conocer toda la compañía. En vacaciones de verano trabajaba en la mina y la fundición. Admiraba la perfección de los trabajos. Había mucha maquinaria del siglo XIX funcionando y contraje la manía de averiguar dónde y cuándo había sido fabricada: Francia, Suiza, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos…

El taller era una rareza en el mundo moderno. Su especialización era fabricar piezas anacrónicas pero vitales para la compañía. Me tocó ver al director garabatear diseños de piezas pedidas de muchas partes del mundo y México. Una parte de mi función era llevar esos garabatos a los trabajadores y luego el regocijo de ver la pieza terminada. Algunos trabajadores eran aficionados a la escultura y vaciaron bronces de próceres mexicanos.

Santa Rosalía parecía un pueblo del oeste americano, aunque industrial y portuario, con un look muy cinematográfico. Leí que cuando fue destruida por un ciclón a fines del siglo XIX, la compañía mandó traer un caserío de madera desarmado de California y lo volvió a armar en Santa Rosalía. Igual pudo haber sido construido ahí pues el gigantesco taller de la madera podía hacer cualquier cosa.

Esa convivencia con el pasado me aficionó a la historia económica. Lo que más me impresionó fue la placa de botadura del vapor “Argyl” (L’Havre, 1889). Hasta la fecha leo las etiquetas de todos los artículos que consumo.

Santa Rosalía ahora es otra cosa, una miscelánea de actividades precarias, muy deteriorada por los huracanes de los últimos años. La última vez que fui vi automóviles semihundidos en la dársena del puerto, arrastrados por las avenidas ciclónicas. Toda la infraestructura industrial está en ruinas. La infraestructura urbana ha mejorado notablemente, pero hay demasiados automóviles y las casas carecen de garaje.

Su aspecto contrasta con el resto de los pueblos y ciudades del estado, casi todas favorecidas por la infraestructura turística. Cerca de Santa Rosalía hay lugares apropiados para el turismo de playa; Santa Rosalía misma podría atraer turismo si se le dotara de atractivos, pero los gobiernos le hacen el feo.

Twitter: @cota_meza

MILENIO

No hay comentarios:

Publicar un comentario